miércoles, 25 de agosto de 2010

Hoy

A veces uno se queda vacío de lágrimas. Se ha llorado tanto y por tantas cosas que las lágrimas justificadas, las que de verdad nacen del dolor, se quedan congeladas en los ojos y no salen. Entonces la memoria, que es muy cabrona, toma la delantera y al no saberse parada por ningún acto físico que te distraiga, revive cada instante de sufrimiento como si fuera del minuto anterior.

Y de repente, la piel vuelve a tiritar ante palabras que se sienten orgullosas de ser mortuorias. El olor a hospital vuelve a ser nauseabundo. El grito desgarrado vuelve a cortar el aire mientras voces y ojos intentan buscar tu aliento, que se ha ido. Todo es negro, no estás allí, no quieres estar allí. Y es entonces cuando haces el esfuerzo por recordar que no es 2003, en Madrid, no es lunes, maldito lunes, asquerosamente caluroso de agosto. No estás allí, estás en casa. A miles de kilómetros de lo que marcó la vida y de lo que fue el comienzo de una serie de tristezas familiares en cadena. Estás en casa, estás en casa, repites como un mantra... estás en casa, en tu vida... en tu vida. En tu vida. A veces te tienes que reinventar la vida para dejar de maldecir.

Te tranquilizas un poco pero la memoria te la vuelve a jugar. Y sientes que el ahogo se queda en la garganta y no pasará de allí. Los ojos siguen secos. Sacudes la cabeza. Estás en casa, te repites, tranquila, estás en casa, estás en casa, estás en casa...

In memoriam. Paloma Gutiérrez de León y Ruíz de las Canales (1939-2003)

No hay comentarios:

Publicar un comentario