miércoles, 16 de septiembre de 2009

Air Jacko

Volar me aterra. Más bien, la perspectiva de volar es lo que me aterra. De todas formas, no debe de ser para tanto porque sigo volando, así que asumo que mi afición por viajar es más fuerte que mi miedo.

Pero bueno, éste es el miedo primario, de esos a despegar, aterrizar, flaps en orden y todo el catálogo de desgracias que vengan. Normalmente se pasa cuando la azafata se pasea con los sandwiches gratis (si viajas en KLM), o con el menú de a 3 euros los 15 gramos de nueces (si vuelas con Iberia) o con cara de estúpida superioridad de "como me pidas algo, te tragas el tren de aterrizaje, tía guarra" (si vuelas con Ryanair).

Luego hay otro miedo, que no se pasa con un montadito de queso Gouda. Es el miedo a que te toque un compañero de vuelo con ganas de charla. No me malinterpreteis, a veces hasta está divertido y puede que aprendas algo. VALE, a veces hasta se puede ligar. Pero normalmente, las charlas suelen ser tan banales y claustrofóbicas como las que se pudieran tener en un ascensor que tardara unas dos horas en llegar a su piso.

Hace unos días tuve uno de esos momentos de "por esto mismo no me gusta viajar". Paso a escenificar: madre despeinada y agobiada con lechón entre los brazos. Después de control de policía, cambio de pañal, colarse a todo el mundo (esa es una de las grandes cosas de la maternidad, que tienes prioridad) y recuperar la dissssnidad, llego a mi asiento. Javi, mi bombón, me mira, yo lo miro ("Mamá, lo logramos"). A lo mejor tenemos suerte y viajamos solos...

Dos minutos después aparece nuestra compañera de vuelo. Chica joven, morena, con cara amigable y de buena gente. Voy adelantando acontecimientos y, además, me permito el lujo de dar un consejo vital: nunca hay que fiarse de los que tienen cara de "buena gente", suelen estar zumbadísimos.

Se sienta, saluda, se calla. La cosa va bien.

Despegue, cara de Javi de "mamá, no estoy seguro, pero creo que despegamos con 5 flaps, tranquila, es un procedimiento usual" y yo, agradecida de que después de todo, estemos en el aire. De repente, esa sensación de que alguien te está mirando y tú te resistes a mirar porque sabes que si haces contacto visual, la has cagado. Mi vecina dice algo. Mierda, no puede ser verdad, no he podido escuchar lo que he escuchado. Miro a Javi que, poco convencido me dice con sus ojillos "naaaaaaaaaa... SEGURO que hemos entendido mal".

- ¿Perdona?

Mi vecina me mira con una adorable sonrisa.

- Decía que... cuando veo un niño pequeño recuerdo lo mucho que le gustaban los niños a Michael Jackson.

Incrédula y haciéndome la sorda, decidí mirar al vacío a través del bolsillo del asiento delantero, mientras oía cómo mi niño, ojiplático, tragaba saliva. De acuerdo, si nos ponemos el I-pod, y nos hacemos los sordos, hay posibilidades de que la chica se dé por aludida y nos deje tranquilitos.

Otro consejo vital (y van dos): aunque el I-Pod muchas veces salva, no es infalible... y esto es extensible a muchas cosas, supongo.

La chica, aún con I-Pod, siguió hablando, ella sola, por espacio de dos horas de lo mucho que había llorado la muerte del astro del pop, de lo mucho que lo había sentido ("tanto como la muerte de mi propia hermana"), de cómo llevaba luto desde el día en que aquel doctor asesino acabó con su vida y cómo la muerte de Jacko le había hecho descubrir Internet (de casi todas las desgracias se saca un aprendizaje en la vida).

La chica tenía apenas mi edad, y dentro de lo cómico de la situación, no pude dejar de sentir cierta ternura y bastante lástima de esta chiquilla que, con lágrimas en los ojos, me explicaba cómo ni sus amigos ni familia entendían el porqué de su tristeza. Pensé, con cierta experiencia sobre el tema, que esa melancolía no era tanto por la muerte del rey del Pop, sino por otro tipo de cosas de las que tal vez ni ella era plenamente consciente.

Ciertos dolores no tienen la lógica de un corte en una mano. La vida de todos está plagada de cortes invisibles y difíciles de aliviar.

No quise ser desagradable con la chica, tampoco quise provocar una situación desagradable en un lugar cerrado y con mi hijo entre los brazos, así que la dejé hablar. Largo y tendido. Bueno, pensé, más de uno y más de dos habrán tenido que escuchar mis charlas unipersonales sin fin, un poco de justicia poética en la vida es necesario.

Por si os lo preguntáis, os diré que Javi durmió casi todo el viaje. Creo que, en proporción, tiene más horas de vuelo que yo y sabe que estas cosas, en la vida y en los aviones, pasan.

- Cómo siento haber estado hablando tanto, no te he dejado descansar - dijo mi compañera de viaje, algo abrumada y bastante más tranquila cuando el avión aterrizó.

Mi respuesta era la única que era posible dar: "No te preocupes, yo también lo echo de menos".

Ella me sonrió aliviada. Se despidió y salió del avión. Mi hijo y yo esperamos sentados a que todo el mundo saliera. Javi me miró con sus ojitos llenos de cariño y comprensión sabiendo, tan bien como yo, a quién me refería con mis palabras.

A veces, algunas cosas son más fáciles de hablar cuando se hacen en código.

Por cierto, a Jacko también se le echa de menos.