lunes, 5 de abril de 2010

"El diploma me venía de regalo en la caja de los Krispies"

Después de mucho resistirme y después de varias idas y venidas de virus (tanto besuqueo, achuchón y arrumaco trae este tipo de cosas), decidí ir al médico. Lo que en otras circunstancias, o más aún, en otro país del mundo desarrollado me resultaría absolutamente normal y poco intimidante, se convierte por estos lares en una experiencia incómoda que me retrotrae a mi más asustadiza timidez. Los paternalismos médicos no los entiendo y además siempre me han sacado de mis casillas.

La cosa fue más o menos así.

"Qué te pasa?". Tos salida del fondo de mi alma, mirada acuosa, voz de cacillera, 39,5 de fiebre, me encuentro fatal, creo que de ésta no salgo. "Abre la boca. Ajá, ya veo. Bueno, tienes placas en las amígdalas. No te mando antibiótico, es un virus. Toma paracetamol y descansa". "Placas en las amígdalas...". "Efectivamente, inflamadas e infectadas". "Las amígdalas, me ha dicho". "Efectivamente, las amígdalas". Los ojos se me fueron instintivamente a los numerosos diplomas colgados en las paredes de la consulta. "Paracetamol y descansar, no?". "Efectivamente, paracetamol y descanso".

Salí de la consulta del médico de guardia y me fui caminando a casa mientras sopesaba el porqué de mi silencio. Tal vez debía haberle contado que aún recordaba una mañana de invierno del 80, estar en brazos de mi padre y llevar un anorak rosa.... también podía haberle contado que recordaba la cama de un hospital, a mi tía Ana entaconada y a mi hermana con unos cuadernos y pinturas... también podía haberle dicho que aún conservaba el juego de cafetera en miniatura naranja que mi padre me regaló... incluso podía haberle comentado el hecho de que estaba feliz porque me dejaban comer helado todo el rato y que mi madre estuvo a mi lado cada día y cada noche, con una permanente cara de preocupación.

Pero sobre todo, lo que de verdad podía haberle contado era que hacía más de treinta años que me habían quitado las amígdalas en un hospital de Madrid, así que lo de las amígdalas inflamadas e infectadas se me hacía del todo improbable. En vez de eso, llegué a casa y me tomé dos paracetamoles sin rechistar. Es que con 39,5 mi asustadiza timidez toma los mandos.

Efectivamente.