martes, 22 de junio de 2010

Deventer


Las razones para quererla son innumerables. Para empezar, la llaman la Moscú del IJssel por su tradición política. Tiene unos restaurantes para morirse, unas tiendas estupendas, los rincones más preciosos, las mejores librerías... Durante todo el verano hay mercadillos de antigüedades con auténticas gangas. Los lunes, los martes, los miércoles, los jueves, los viernes y, ah sí, los sábados hay mercado en algún lugar de la ciudad, con fruta y verdura fresca y, casi por definición, de cultivo biológico. En Navidad se celebra el festival de Dickens, en agosto el Boekenmarkt, en julio teatro callejero por toda la ciudad, en septiembre cine (¡gratis!) al aire libre en el Brink, en noviembre la ciudad se viste de lucecitas, en diciembre llega San Nicolás. Las casas son majestuosas y baratas, la gente amable y abierta, las aceras están llenas de árboles, las calles, de bicicletas, el centro, de peatones... La ciudad respira tranquilidad y suspira satisfacción, las puertas apenas se cierran con llave. Casi no hay semáforos y siempre huele a galletas de caramelo. Y por si fuera poco, adoran a los españoles.

La razón, sin embargo, para odiarla con toda el alma es una y sólo una: que Deventer no es Madrid.